martes, 22 de octubre de 2013

III Media Maratón Popular de Castilla-La Mancha

En algunas ocasiones ya he hablado de la figura de los guías de atletismo para ciegos totales. Siempre he intentado dar una visión desde el punto de vista tanto deportivo como del ser humano a este respecto.

Este fin de semana mis actuales guías, Antonio Vicente Criado y David Magán, Anvi y el Coleta para los amigos, iban a saber en qué consiste la figura del guía.

Para los que no lo sepáis, la cuestión no se basa sólo en entrenar algún día de la semana o asistir a una carrera un dominguete. La cosa va más allá cuando se trata de dejar tu casa y a tu familia durante todo un fin de semana y dedicarte en exclusiva a, en este caso, mi persona.

Me cuesta encontrar guías con la calidad que necesito, pero aún más me cuesta encontrarlos con ese espíritu altruista que la figura representa. Anvi y David representan todos estos valores. Así me lo han demostrado en este viaje. Tenían algo a su favor y es que uno es urdeño y otro pueblano y esto ya es un rasgo de su categoría y valor.

Sí amigos, pues hay que tener mucho valor y decisión para llevar corriendo atado con una cuerda jamonera a un ciego, por un circuito lleno de grietas, baches, badenes, con la gente que se cruza porque no saben que no ves…

De este viaje podría destacar mil y una anécdotas y no sé si sabría plasmar la esencia de lo que realmente queda. Estas líneas no son la crónica de una carrera, como me han pedido mis amigos, son la crónica de dos fantásticos atletas y mejores personas.

Una semana bastante mala para mí en la que tenía que volver a competir. Una vez más preparándome la maleta, una vez más saliendo de viaje hacia la competición, una vez más poniendo en marcha el chip competitivo: no hay dolor, todo está bien, vamos a disfrutar y a darlo todo. Esas son algunas de las consignas que debes poner en práctica, estés o no lesionado, con catarro o con una mala situación circunstancial, es decir, positivo al cien por cien.

Así salí de Talavera con la buena compañía de mi padre hacia La Puebla de Montalbán, en busca de mis dos amigos. Al llegar, un buen café nos hizo compartir unos maravillosos minutos para que mi padre conociese a estos fenómenos. Pronto nos dispusimos para ir en busca de la ayuda inestimable de mi amiga Yolanda y así partimos de tierras toledanas en busca de la Media Maratón de Ciudad Real. Llegamos al fantástico hotel que nos ofreció la organización y fuimos a estirar las piernas, coger el dorsal y ver algo del circuito. Pronto, Anvi se percató de los problemas que íbamos a tene: calles muy estrechas, badenes agrietados y un recorrido que transitaba zigzagueando por las calles de la ciudad en su mayor parte. Bueno, no pasa nada, hemos venido a reventar y lo vamos a hacer.

Después de la cena, tuvimos tiempo de reírnos y charlar tirados en sendos colchones mientras al fondo la tele- tonta hablaba de qué sé yo. Preparamos las mochilas y decidimos que el kilómetro y medio que había hasta la salida lo haríamos de calentamiento y así saldríamos directamente cambiados desde el hotel.

Eran las 4 de la mañana y el sueño profundo del que gozaba se vio interrumpido por la necesidad imperiosa provocada por la excesiva hidratación. Solucionado el percance e intentando hacer el mínimo ruido posible para no despertar a mis amigos, me dispuse de nuevo a entregarme a los brazos de Morfeo. A la mañana siguiente el bueno de David, me comenta que si oyó mi paseo nocturno y nos sirvió para las primeras risas del día.

Tenemos tiempo y desayunamos tranquilamente, yo unas buenas tostadas con aceite y mermelada, Anvi con su zumito, plátano y demás viandas y el gran David cuidándose como siempre, napolitana de chocolate y croissant gigante.

Con los deberes hechos, como manda la tradición, nos cambiamos y salimos hacia la salida de la carrera. El día no es tan frío como lo pintaban, el ambiente y los corredores van poblando las calles de esta bonita localidad manchega.

Nos colocamos en la primera fila para el pistoletazo de salida después de unas progresiones y de ver que efectivamente el terreno no era lo ideal para nosotros.

La primera mitad del recorrido la hice con Anvi y aunque intentábamos ir sobre 3:50 el km, cada vez que se estrechaba la carretera y venían las dificultades perdíamos unos segundos maravillosos. Hasta el kilómetro 10 íbamos sobre el tiempo previsto, aunque realizando esfuerzos extras en las rectas que presentaba el circuito y aunque fuesen cuesta arriba, ganábamos por ser en línea recta. Anvi tenía ganas de correr, pero yo no daba más y le dije que tirase sólo a meta que ya le tocaba al gran David.

A David hay que pararle los pies, porque tiene una fuerza que te lleva aunque sea “arrastras”. Hicimos unos kilómetros muy buenos bajando incluso de 3:50, pero al llegar a Miguelturra volvimos a tener problemas con las calles y en uno de esos vaivenes caí a plomo al torcer una calle con pendiente y mi maltrecha pierna se quejó bastante. Después se nos cayó la botella de agua y tuvimos que dar un puntito más de positividad.

Empiezan las cuestas allá por el kilómetro 18 y empezamos a remontar y a adelantar a todos los que nos pasaron en el pueblo y el gran David se vino arriba y ya me sacó todo lo que pudo. Muy fuertes íbamos hasta que a 700 m. de la llegada volvieron los problemas, nos metimos por el desvió del maratón, dimos la vuelta frenando en seco y metí el pie en una boca de riego, alcantarilla o qué sé yo. La llegada al estadio se me hizo eterna con tantos zig-zag y teniendo para colmo que subir un escalón antes de entrar en la pista.

Llegué mareado y el tiempo no reflejaba la carrera que habíamos hecho. Aún así hicimos récord de España bajando en dos segundos la marca anterior.

Después vino lo mejor, unas buenas migas manchegas con su huevo frito, revuelto cazurro y unas buenas palmeras de chocolate para rematar.

Seguimos camino a Valencia, seguimos sumando y sobre todo, seguimos aprendiendo y compartiendo vivencias increíbles.

jueves, 10 de octubre de 2013

Aprendiendo el camino

Siempre lo busqué, siempre lo tuve ahí, siempre con su presencia rondándome la cabeza.

Esperando, haciéndome digno de gozar de su presencia. Ahora por fin, después de más de cuatro años de preparación atlética, ya te tengo cerca. Ya puedo empezar a beber de tu fuente, puedo saludar al alba con el rodaje perfecto, disfrutar de las interminables repeticiones kilométricas en forma de series. Vaciarme poco a poco en las largas tiradas dejándome un resquicio de mi pensamiento para sobreponerme y notar de nuevo el subidón de la carrera, justo después de haber agonizado unos instantes antes.

Puedo escuchar y sentir como mi corazón va ajustando sus ritmos cada día, ralentizándose, bajando su frecuencia, adaptándose a la distancia mítica.

Puedo sentir cada mañana el silencioso grito de mis huesos pidiendo clemencia y al mismo tiempo siento que lo que quieren es justo lo contrario. Deseo de esforzarse de nuevo, toda la maquinaria en perfecta sincronía engrasándose y poniéndose de nuevo a las órdenes de un deseo llamado MARATÓN.

Un día más, una nueva ilusión, mil vivencias en cada kilómetro que recorres con los tuyos.

Gran camino el de los héroes de los 42.195 m.

martes, 20 de agosto de 2013

2013. El año después de los Juegos.

Con mi llegada al aeropuerto de Barajas, en septiembre del año pasado, concluía mi ciclo paralímpico. Atrás dejaba mucho trabajo, mucho esfuerzo, muchas ilusiones cumplidas.

Recuerdo aún el gran recibimiento que nos brindaron cuando salíamos por la puerta para encontrarnos con nuestros familiares y amigos. Un impresionante despliegue de medios de comunicación, cámaras, música en directo con dj y un montón de gente con banderas, aplaudiendo mientras que avanzábamos por el pasillo que nos habían habilitado para la ocasión. Yo estaba deseando encontrarme con los míos y recuerdo que mi intención era pasar lo más desapercibido y perderme entre la multitud, pero no fue así. Mi gran amigo Alberto se empeñó en que le acompañase en aquel pasillo de la gloria que nos habían improvisado. Alberto, con su flagrante medalla de oro que le acreditaba como campeón paralímpico de Maratón.

Llenos de emoción y con una gran sonrisa, mi amigo Alberto empujaba su carrito de las maletas encabezando aquel desfile al tiempo que los focos de las cámaras de televisión le enfocaban. Yo intentaba ir justo detrás de él, enganchado a su hombro e intentando taparme, no quería quitarles protagonismo a los medallistas, pero mi amigo se empeñó en que fuese con él, haciendo, si cabe, aún mayor su grandeza y humildad.

Pronto escuché la voz de mis familiares y aprovechando que la mujer de mi otro gran amigo y campeón David Casinos venia justo al lado, cómo con un derrapaje de esos que hacen los ciclistas, cambié de hombro al de Celia y por uno de los laterales del pasillo me enganché al de mi mujer para salir de aquel pasillo y abrazar a mis seres queridos.

No pude quedarme en Madrid para las celebraciones que teníamos preparadas y las visitas a los distintos patrocinadores del equipo paralímpico pues me tenía que incorporar al nuevo curso en la Universidad de Toledo, que ya había empezado.

Otro reto, nada más bajarme del avión: estudiar la carrera de Fisioterapia en Toledo. Empezar de nuevo. Las calles de Toledo me esperaban. Mi nuevo reto. Una ciudad que no conocía. Tuve que aprenderme sus calles, las paradas de autobús, vivir en otra casa que no era la mía y enfrentarme a estudiar en una Universidad en la que nunca habían dado clase de fisioterapia a ningún ciego. Menos mal que contaba con la ayuda siempre inestimable de mi amiga Yolanda.

El primer cuatrimestre fue durísimo: entre golpes con los típicos coches que aparcan en la acera y la poca accesibilidad existente para el desarrollo de mis estudios, el resultado de mis esfuerzos por estudiar no dio sus frutos.

Pero amigos, siempre hay motivos para seguir adelante. Mucho y mal se habla de la juventud que nos rodea, pero no os equivoquéis, no es así. En clase encontré el apoyo de mis 80 compañeros, seguro que a más de uno le doblaba la edad. Gente tan joven y tan bien preparada. Me sorprendieron a los pocos días de mi llegada. Me ayudaban a llegar a las clases, cuándo me veían por aquellas calles de adoquines, dónde mi bastón se atranca con facilidad y apenas existen referencias para poder llegar a buen puerto, y si además le añadimos las lluvias y los charcos, la gimkana que tenía que hacer cada día era de aúpa, pero merecía la pena. Pronto empezaron a dejarme apuntes y a facilitarme las cosas. Gran sensibilidad la de mis compañeros que en muchas ocasiones me hizo emocionarme en mis ratos de soledad buscada.

También los profesores tuvieron que hacer un esfuerzo para adaptarse a la nueva situación y es algo de agradecer. Sin duda que hay mucho que mejorar entre todos, pero el camino ya se ha empezado.

El curso lo acabé muy satisfactoriamente y lo intenté compaginar además con mi preparación deportiva. En este sentido, ha sido un año de lesiones y aunque apenas he podido competir he intentado no perder la forma y la motivación.

Mi diario era el siguiente: me levantaba a las 6:30 de la mañana para poder estar en la universidad a las ocho. Las clases, por lo general, acababan a las tres de la tarde, hora a la que salía a toda prisa para coger el autobús e ir al gimnasio para entrenar un par de horas. Después volver a la universidad o a la biblioteca. Normalmente llegaba a casa sobre las nueve o diez de la noche, justo para cenar y ponerme de nuevo a estudiar. Cuando podía dormir cinco horas era un triunfo. Los fines de semana volvía a mi casa para estar con la familia y entrenar con mi guía Juanan.

Ha sido un año impresionante en todos los sentidos.

Ahora estoy metido de lleno en la preparación de mi primer maratón. Poco a poco he de hacerme a la distancia y volver a buscar mi máximo en unos años. El próximo día 17 de noviembre, si Dios, quiere haré mi debut en el Maratón de Valencia. Tomaré esta prueba con toda la prudencia que pueda y el respeto que me da, pero con la intención de conseguir una marca para que me inviten el año que viene a la Copa del Mundo de Maratón en Londres.

Muy difícil será este año compaginar entrenamientos y estudios pero es lo que hay…

Tengo nuevos guías y nuevas ilusiones y, lo más importante para la preparación deportiva, una nueva meta.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Londres 2012. Te vi

Muchas son las personas que me insisten en que escriba algo sobre los pasados Juegos Paralímpicos de Londres 2012. Quería quedármelo, son sentimientos muy personales que quizá no todos comprendan, pero algunos sí…

 Tengo una imagen grabada en mi mente. Estoy en la villa. Las calles están desiertas. No hay nadie en los apartamentos. Tan solo se escucha el retumbar del concierto de Coldplay de la Ceremonia de Clausura. 

Decido salir a la calle, nada, no hay nadie. De repente, cruza por delante de mí una de de esas marañas de hojas, papeles y alguna que otra lata de refrescos vacía que arrastra el gélido viento de la noche londinense. Es la última noche que pasamos en la villa. Es una buena noche para recordar, para disfrutar de lo vivido, para compartir lo pasado.

Yo no estoy en el concierto. ¿Por qué?

Es una buena noche para compartir, para recordar lo vivido, para disfrutar. Punto… 

Compartir. Punto…

¡Buena idea! Llamo por teléfono a mi mujer y a mi mejor amiga que están en el Estadio Olímpico. Están ilusionadas, sus voces así me lo demuestran. Debe ser espectacular, pero no pude conseguir un pase para estar con ellas. Con sus voces alegres tratan de disimular lo que es evidente: saben lo que me estoy perdiendo y lo que hubiese disfrutado con el espectacular montaje de luz y sonido de la Ceremonia de Clausura. La música, siempre presente en mí y en mi vida, haciéndome disfrutar, sentir, emocionarme, estremecerme y vivir.

Pero algo tan grande es también para compartir o al menos para qué te dejen vivir la experiencia. Cuando a tu lado sientes que eres una carga, es mejor soltar lastre y poner camino de por medio.

Londres, te vi. Vi tus calles y el trasiego de tus gentes de un lado para otro pareciendo no tener prisa por volver a sus casas. Vi a tus gentes disfrutando de la ciudad, de cada rincón, de cada taberna, de tus parques y tus plazas, con ese sabor multirracial que las contempla, con los aromas entremezclados de las especias de la gran cantidad de puestos de comida que se asientan en las plazas de los mercados. Los mercados, con sus interminables tiendas que se pierden en las serpenteantes calles de Camden Town o en el exquisito mercado de Covern Garden.

Jamás he visto nada igual. El reconocimiento de la ciudad de Londres a los deportistas paralímpicos ha sido de tal magnitud que creará un punto de inflexión en el deporte olímpico y paralímpico internacional.

80.000 personas abarrotando el Estadio a diario, desde primera a última hora. 80.000 personas que contemplarán las finales de cada prueba. Entre esas personas, entre las gradas está hoy mi familia.

¡Hoy es mi día! Mi día soñado. El día por el que tanto he luchado. Tantos sacrificios pasados, tantos esfuerzos, tantas risas y lágrimas derramadas para, por fin, obtener mi recompensa. No estoy nervioso, el trabajo ya está hecho, el objetivo cumplido. Ahora sólo queda disfrutar.

Increíblemente, me hecho la siesta y logro conciliar un gran sueño. Me despierto y no sé bien si sigo soñando. ¿Es un sueño o estoy a punto de participar en la final de unos Juegos Paralímpicos? ¡Es la final! ¡La gran final!

Llego al Estadio y, como no podía ser de otra manera, está a reventar. Junto al Estadio hay una pista de calentamiento. Allí están todos los fisios y los médicos encargados de que todo salga bien. Todo son sonrisas y ánimos. Somos un gran equipo y cada vez que sale uno de nosotros a competir lo hace con el empuje extra que te dan los que se quedan velando para que todo vaya bien. Los más afortunados irán a la pista principal, los demás se quedan esperando tu vuelta y siguiendo la competición por una pantalla de plasma en la misma pista de calentamiento, en los boxes en los que habitualmente están trabajando. 

Comienza el gran paseo. Es el camino a la gloria. El ambiente es tranquilo, el viento quiere pararse para favorecer los cromos. No hace frío. Camino despacio, relajado, intentando recoger el máximo número de sensaciones que voy percibiendo y poco a poco voy guardándolas en mi memoria. Aquí las tengo, en mi tarro de las esencias.

Salimos de la pista de calentamiento, pasamos el primer control y nos dirigimos al túnel que une esta pista con el Estadio. Es un largo túnel, cubierto y con el suelo de tartam. Camino del siguiente control voy recordando todas y cada una de las caras que me han despedido tan sólo unos instantes antes: Lidia, Ricardo, Amaya… Caras sonrientes, felices de haber cumplido con su trabajo, que no es otro que el de que el atleta este al 100% de sus posibilidades y en el mejor estado de forma posible.

Me acompaña la indiferencia. Soy la carga que pronto llegará a su destino.

Pasamos el segundo control y nos ubican en una especie de caseta de lona con sillas dispuestas para que nos sentemos a esperar mientras revisan nuestro equipo. Se comprueban dorsales, mochilas, zapatillas y especialmente las gafas opacas que cada uno de nosotros debe llevar. Si no son opacas, has de tenerlas precintadas con cinta aislante, de tal manera que no deje pasar nada de luz. Las gafas tienen que abarcar toda la órbita.

Aquí nos conocemos todos, no es la primera competición con mis rivales y sabemos por dónde anda cada uno. De repente, un nuevo contrincante que no conocíamos, vemos que tiene una marca increíble, quizá por ser nuevo no sabe cómo deben ser las gafas y por las suyas entra mucha luz. Al comprobarlo, los jueces determinan cambiar sus gafas y le dan unas de las que la organización tiene preparadas. He de aclarar que no todos los que compiten en la clase T-11 son ciegos totales, algunos tienen algún resto de visión y por eso se extreman las precauciones. Así, nadie puede hacer trampas. Éste chico no tenía el día, pues no pudo acabar la carrera porque se cayó en plena competición.

“OK. Let´s go”, dijo el juez. Todos nos levantamos, la adrenalina empieza a subir. Nos dirigimos al último control. Este último control nos daba acceso a un módulo techado de unos 70 metros donde poder hacer unas rectas. Hacemos tres y nos dicen que ya podemos salir. En las rectas compruebo que me he equivocado de calcetines, demasiado gordos y esto, junto con las plantillas, hace de las zapatillas de clavos algo así como una tubería a punto de estallar. Sucede que, en este caso, la tubería es mi pie. Me ato una y otra vez las zapatillas con el fin de aflojar la presión, pero ya es imposible, no hay tiempo. Un error de principiante. No pasa nada. Hoy corremos hasta descalzos si hace falta, pensaba yo.

Vamos caminando y empiezo a sentir el murmullo de la gente que pronto se torna en griterío. Siento el calor de los focos, noto el ambiente. Mis preguntas se pierden en el aire. ¿Dónde estamos? ¿Qué pasa? ¿Por qué nos paramos? ¿Estamos ya en la salida?

Levanto la cabeza y busco entre las gradas a mi familia. Sé que están ahí, han venido a verme y sé que están orgullosos de que esté ahí abajo, con todos esos grandísimos atletas que hoy son mis compañeros. Sé que lo tengo que dar todo y también sé en las condiciones que me encuentro. Voy a sufrir mucho, lo sé.

Yo miro aunque no vea, miro desde dentro y encuentro. Los veo, están ahí. También mis amigos y todos los que me siguen desde España. También siento a los que me faltan. Aquí están, junto a mí en la línea de salida. ¡Vamos Riqui, lo has conseguido! ¡Sal y disfruta!

Comienza la carrera, el ritmo es frenético. Imposible seguirlos. El primer 1.000 a un ritmo increíble, los pies me duelen, tengo hinchados los tibiales, no puedo impulsar bien. ¡Madre mía!, qué duro va a ser terminar. 

La gente no para de animar, tanto al primero como al último. A cada vuelta que damos al anillo del Estadio, voy sintiendo como el griterío es más grande cuando pasa el primero y vuelve a serlo cuando pasa el último. De pronto, un obstáculo en el camino: el keniata se ha caído y por poco nosotros con él. Por suerte logramos vencer el tropiezo. Ahora la distancia con Eric, que me precede, es aun más larga.

Mitad de carrera y me quiero morir.

Está mi familia, hay que llegar como sea. Lo doy todo. Cada vez oigo que el intervalo del griterío del que va en cabeza es más corto con el que va el último, es decir, conmigo. ¿Dónde va este hombre? Sé que le tengo detrás. Intento que no me doble, es su última vuelta. Mi zancada no da para más, última recta de 100 y sé que me va a pillar. A falta de 10 metros le dejó pasar, a mí aun me queda una vuelta para intentar recortar y, si es posible, coger al que va delante. El ritmo del chileno me ha hecho darlo todo y acortar la distancia con el rival que va por delante. Hago un último 400 muy bueno, pero no lo suficiente para coger al de delante. Sí suficiente para llegar a meta y recibir el gran aplauso de la majestuosa afición londinense.

Una meta que sabe a gloria. Por fin, a descansar.

Impresionante el recibimiento que me hicieron mi familia y amigos al salir de la Villa. Todos emocionados y yo, el hombre más feliz del mundo.

¿Y ahora qué? ¡Ahora hay mucho más!

domingo, 2 de septiembre de 2012

Días en la Villa Olímpica (IV)

Con un frío invernal y con la emoción del desfile por el anillo olímpico, salimos embutidos en nuestro bonito traje de Emilio Tucci hacia el Estadio Olímpico. Tras un largo paseo de más de una hora por las calles de la villa y alrededores, fuimos desfilando entre los aplausos de la gente que nos esperaba en las calles. Los chicos del fútbol eran los encargados de entonar canciones populares al más puro estilo español para dar calor y empuje al grupo. El frio ya calaba hasta los huesos y eso que por dentro llevábamos camisetas térmicas. Poco a poco fuimos llegando al estadio y el murmullo del fondo crecía a cada paso que dábamos. Subimos una rampita, pasamos por una puerta y de repente... ¡Puf, impresionante! El estadio hasta arriba. ¡Madre mía! más de 80.000 gargantas animando sin parar. Gritos de júbilo y de ánimos para todos los que por allí pasábamos. ¡Increíble el estadio!, las dimensiones enormes, las gradas llenas y la calidad de la música, como dice un amigo mío, brutal. El dj, haciendo las delicias de todos los presentes, junto con el speaker ponían el estadio patas arriba. La iluminación debía ser espectacular, a juzgar por la calidez que sentía cada vez que pasaba cerca de uno de esos enormes focos.

Saludando a todos los que nos llamaban desde las gradas, fuimos cogiendo sitio y nos sentamos en primera fila, más o menos por el centro del estadio. De repente la selección Inglesa entró en el estadio cerrando el desfile y el ruido se hizo ensordecedor. Tremenda la afición al atletismo que hay aquí.

En cuanto a la ceremonia, simplemente espectacular. Nunca imaginé que unos Juegos Paralímpicos levantasen esta expectación. La pólvora secuencial al ritmo de la música, creo que solo se podía apreciar estando allí. A mí no me gusta la pólvora, pero disfruté como nunca. Creo que no seré consciente de todo lo que me está pasando y lo que estoy viviendo hasta que todo haya acabado.

Por lo demás, hemos estado yendo a entrenar a la pista de calentamiento que está justo al lado del estadio y que, como ya comenté, es idéntica a la de competición. Es impresionante ver que a las diez de la mañana el estadio está repleto de público y sentir como vibran con las competiciones es una de las cosas que más me impresionan. Desde fuera, que es dónde yo entreno, se oyen a la perfección los vítores de la gente, muchísimo más diría yo, que cuando meten un gol alguno de los grandes equipos de fútbol de nuestro país. Dudo que un Madrid-Barça levante tanta pasión.

En cuanto a la estancia en la villa sigue siendo magnífica. Poco a poco voy descubriendo con mi bastón nuevos rincones, al mismo tiempo que practico un poco el idioma, pues a cada paso me encuentro a alguien que me pregunta si necesito ayuda o si me acompaña a cualquier sitio. Da gusto pasear por aquí.

Hoy desayuné tempranito con mi amigo Alberto. Quedé con él para tomar café pues me había conseguido unos panes rellenos de chocolate que ponen en el comedor. Son como unas tostadas con chocolate incrustado, parecido a un trozo de pan duro con chocolate. Esto con un gran cappuccino, más dos vasos de fruta pelada me ha servido para comenzar el nuevo día.

Hoy el día se ha levantado espectacular, totalmente soleado y se nota que la temperatura es bastante más cálida. Unas series de 400 metros para dar un poco de chispa a las piernas y de vuelta a la villa. Sin duda, uno ya está cansado de tanto entreno de calidad y la verdad es que estoy que llegue ya la competición y descansar. Creo que el entrenamiento ya está hecho y más fino no se puede estar. Ahora hay que tener mucho cuidado, pues ya te duele todo, vas al límite, los entrenamientos son de mucha calidad, lo que prima es el ritmo muy alto en las series y es ahí dónde te puedes lesionar.

Hoy le toca a mi guía pasarlo mal y es que esto es que es así, va por barrios. Un día le toca a uno y otro día al otro. Lo importante es que el día de de la carrera estemos los dos a tope y disfrutemos de la competición.

Con este gran sol, no me quedaba más remedio que quedarme a comer en el chiringuito que hay justo enfrente del portal de mi edificio: dos bocadillos con bastante relleno, una coca-cola y un buen café expreso han hecho las delicias de mi paladar. Pero más bien ha sido el lugar dónde he comido, en uno de esos bancos con mesa que te puedes encontrar por la casa de campo o en cualquier otro parque. El sol me daba en la cara, pero resultaba agradable estar con la chaqueta puesta porque corría una brisa un tanto fresca, muy parecida a la brisa del otoño, lo justo para sentir ese frescor en la cara y que el sol no te aplatane. Una comida para recordar. Sensaciones a flor de piel que pienso alimentar cada día y así conservarlas para la eternidad.