Muchas son las personas que me insisten en que escriba algo sobre los pasados Juegos Paralímpicos de Londres 2012. Quería quedármelo, son sentimientos muy personales que quizá no todos comprendan, pero algunos sí…
Tengo una imagen grabada en mi mente. Estoy en la villa. Las calles están desiertas. No hay nadie en los apartamentos. Tan solo se escucha el retumbar del concierto de Coldplay de la Ceremonia de Clausura.
Decido salir a la calle, nada, no hay nadie. De repente, cruza por delante de mí una de de esas marañas de hojas, papeles y alguna que otra lata de refrescos vacía que arrastra el gélido viento de la noche londinense. Es la última noche que pasamos en la villa. Es una buena noche para recordar, para disfrutar de lo vivido, para compartir lo pasado.
Yo no estoy en el concierto. ¿Por qué?
Es una buena noche para compartir, para recordar lo vivido, para disfrutar. Punto…
Compartir. Punto…
¡Buena idea! Llamo por teléfono a mi mujer y a mi mejor amiga que están en el Estadio Olímpico. Están ilusionadas, sus voces así me lo demuestran. Debe ser espectacular, pero no pude conseguir un pase para estar con ellas. Con sus voces alegres tratan de disimular lo que es evidente: saben lo que me estoy perdiendo y lo que hubiese disfrutado con el espectacular montaje de luz y sonido de la Ceremonia de Clausura. La música, siempre presente en mí y en mi vida, haciéndome disfrutar, sentir, emocionarme, estremecerme y vivir.
Pero algo tan grande es también para compartir o al menos para qué te dejen vivir la experiencia. Cuando a tu lado sientes que eres una carga, es mejor soltar lastre y poner camino de por medio.
Londres, te vi. Vi tus calles y el trasiego de tus gentes de un lado para otro pareciendo no tener prisa por volver a sus casas. Vi a tus gentes disfrutando de la ciudad, de cada rincón, de cada taberna, de tus parques y tus plazas, con ese sabor multirracial que las contempla, con los aromas entremezclados de las especias de la gran cantidad de puestos de comida que se asientan en las plazas de los mercados. Los mercados, con sus interminables tiendas que se pierden en las serpenteantes calles de Camden Town o en el exquisito mercado de Covern Garden.
Jamás he visto nada igual. El reconocimiento de la ciudad de Londres a los deportistas paralímpicos ha sido de tal magnitud que creará un punto de inflexión en el deporte olímpico y paralímpico internacional.
80.000 personas abarrotando el Estadio a diario, desde primera a última hora. 80.000 personas que contemplarán las finales de cada prueba. Entre esas personas, entre las gradas está hoy mi familia.
¡Hoy es mi día! Mi día soñado. El día por el que tanto he luchado. Tantos sacrificios pasados, tantos esfuerzos, tantas risas y lágrimas derramadas para, por fin, obtener mi recompensa. No estoy nervioso, el trabajo ya está hecho, el objetivo cumplido. Ahora sólo queda disfrutar.
Increíblemente, me hecho la siesta y logro conciliar un gran sueño. Me despierto y no sé bien si sigo soñando. ¿Es un sueño o estoy a punto de participar en la final de unos Juegos Paralímpicos? ¡Es la final! ¡La gran final!
Llego al Estadio y, como no podía ser de otra manera, está a reventar. Junto al Estadio hay una pista de calentamiento. Allí están todos los fisios y los médicos encargados de que todo salga bien. Todo son sonrisas y ánimos. Somos un gran equipo y cada vez que sale uno de nosotros a competir lo hace con el empuje extra que te dan los que se quedan velando para que todo vaya bien. Los más afortunados irán a la pista principal, los demás se quedan esperando tu vuelta y siguiendo la competición por una pantalla de plasma en la misma pista de calentamiento, en los boxes en los que habitualmente están trabajando.
Comienza el gran paseo. Es el camino a la gloria. El ambiente es tranquilo, el viento quiere pararse para favorecer los cromos. No hace frío. Camino despacio, relajado, intentando recoger el máximo número de sensaciones que voy percibiendo y poco a poco voy guardándolas en mi memoria. Aquí las tengo, en mi tarro de las esencias.
Salimos de la pista de calentamiento, pasamos el primer control y nos dirigimos al túnel que une esta pista con el Estadio. Es un largo túnel, cubierto y con el suelo de tartam. Camino del siguiente control voy recordando todas y cada una de las caras que me han despedido tan sólo unos instantes antes: Lidia, Ricardo, Amaya… Caras sonrientes, felices de haber cumplido con su trabajo, que no es otro que el de que el atleta este al 100% de sus posibilidades y en el mejor estado de forma posible.
Me acompaña la indiferencia. Soy la carga que pronto llegará a su destino.
Pasamos el segundo control y nos ubican en una especie de caseta de lona con sillas dispuestas para que nos sentemos a esperar mientras revisan nuestro equipo. Se comprueban dorsales, mochilas, zapatillas y especialmente las gafas opacas que cada uno de nosotros debe llevar. Si no son opacas, has de tenerlas precintadas con cinta aislante, de tal manera que no deje pasar nada de luz. Las gafas tienen que abarcar toda la órbita.
Aquí nos conocemos todos, no es la primera competición con mis rivales y sabemos por dónde anda cada uno. De repente, un nuevo contrincante que no conocíamos, vemos que tiene una marca increíble, quizá por ser nuevo no sabe cómo deben ser las gafas y por las suyas entra mucha luz. Al comprobarlo, los jueces determinan cambiar sus gafas y le dan unas de las que la organización tiene preparadas. He de aclarar que no todos los que compiten en la clase T-11 son ciegos totales, algunos tienen algún resto de visión y por eso se extreman las precauciones. Así, nadie puede hacer trampas. Éste chico no tenía el día, pues no pudo acabar la carrera porque se cayó en plena competición.
“OK. Let´s go”, dijo el juez. Todos nos levantamos, la adrenalina empieza a subir. Nos dirigimos al último control. Este último control nos daba acceso a un módulo techado de unos 70 metros donde poder hacer unas rectas. Hacemos tres y nos dicen que ya podemos salir. En las rectas compruebo que me he equivocado de calcetines, demasiado gordos y esto, junto con las plantillas, hace de las zapatillas de clavos algo así como una tubería a punto de estallar. Sucede que, en este caso, la tubería es mi pie. Me ato una y otra vez las zapatillas con el fin de aflojar la presión, pero ya es imposible, no hay tiempo. Un error de principiante. No pasa nada. Hoy corremos hasta descalzos si hace falta, pensaba yo.
Vamos caminando y empiezo a sentir el murmullo de la gente que pronto se torna en griterío. Siento el calor de los focos, noto el ambiente. Mis preguntas se pierden en el aire. ¿Dónde estamos? ¿Qué pasa? ¿Por qué nos paramos? ¿Estamos ya en la salida?
Levanto la cabeza y busco entre las gradas a mi familia. Sé que están ahí, han venido a verme y sé que están orgullosos de que esté ahí abajo, con todos esos grandísimos atletas que hoy son mis compañeros. Sé que lo tengo que dar todo y también sé en las condiciones que me encuentro. Voy a sufrir mucho, lo sé.
Yo miro aunque no vea, miro desde dentro y encuentro. Los veo, están ahí. También mis amigos y todos los que me siguen desde España. También siento a los que me faltan. Aquí están, junto a mí en la línea de salida. ¡Vamos Riqui, lo has conseguido! ¡Sal y disfruta!
Comienza la carrera, el ritmo es frenético. Imposible seguirlos. El primer 1.000 a un ritmo increíble, los pies me duelen, tengo hinchados los tibiales, no puedo impulsar bien. ¡Madre mía!, qué duro va a ser terminar.
La gente no para de animar, tanto al primero como al último. A cada vuelta que damos al anillo del Estadio, voy sintiendo como el griterío es más grande cuando pasa el primero y vuelve a serlo cuando pasa el último. De pronto, un obstáculo en el camino: el keniata se ha caído y por poco nosotros con él. Por suerte logramos vencer el tropiezo. Ahora la distancia con Eric, que me precede, es aun más larga.
Mitad de carrera y me quiero morir.
Está mi familia, hay que llegar como sea. Lo doy todo. Cada vez oigo que el intervalo del griterío del que va en cabeza es más corto con el que va el último, es decir, conmigo. ¿Dónde va este hombre? Sé que le tengo detrás. Intento que no me doble, es su última vuelta. Mi zancada no da para más, última recta de 100 y sé que me va a pillar. A falta de 10 metros le dejó pasar, a mí aun me queda una vuelta para intentar recortar y, si es posible, coger al que va delante. El ritmo del chileno me ha hecho darlo todo y acortar la distancia con el rival que va por delante. Hago un último 400 muy bueno, pero no lo suficiente para coger al de delante.
Sí suficiente para llegar a meta y recibir el gran aplauso de la majestuosa afición londinense.
Una meta que sabe a gloria. Por fin, a descansar.
Impresionante el recibimiento que me hicieron mi familia y amigos al salir de la Villa. Todos emocionados y yo, el hombre más feliz del mundo.
¿Y ahora qué? ¡Ahora hay mucho más!
viernes, 14 de diciembre de 2012
domingo, 2 de septiembre de 2012
Días en la Villa Olímpica (IV)
Con un frío invernal y con la emoción del desfile por el anillo olímpico, salimos embutidos en nuestro bonito traje de Emilio Tucci hacia el Estadio Olímpico. Tras un largo paseo de más de una hora por las calles de la villa y alrededores, fuimos desfilando entre los aplausos de la gente que nos esperaba en las calles. Los chicos del fútbol eran los encargados de entonar canciones populares al más puro estilo español para dar calor y empuje al grupo. El frio ya calaba hasta los huesos y eso que por dentro llevábamos camisetas térmicas. Poco a poco fuimos llegando al estadio y el murmullo del fondo crecía a cada paso que dábamos. Subimos una rampita, pasamos por una puerta y de repente... ¡Puf, impresionante! El estadio hasta arriba. ¡Madre mía! más de 80.000 gargantas animando sin parar. Gritos de júbilo y de ánimos para todos los que por allí pasábamos. ¡Increíble el estadio!, las dimensiones enormes, las gradas llenas y la calidad de la música, como dice un amigo mío, brutal. El dj, haciendo las delicias de todos los presentes, junto con el speaker ponían el estadio patas arriba.
La iluminación debía ser espectacular, a juzgar por la calidez que sentía cada vez que pasaba cerca de uno de esos enormes focos.
Saludando a todos los que nos llamaban desde las gradas, fuimos cogiendo sitio y nos sentamos en primera fila, más o menos por el centro del estadio. De repente la selección Inglesa entró en el estadio cerrando el desfile y el ruido se hizo ensordecedor. Tremenda la afición al atletismo que hay aquí.
En cuanto a la ceremonia, simplemente espectacular. Nunca imaginé que unos Juegos Paralímpicos levantasen esta expectación. La pólvora secuencial al ritmo de la música, creo que solo se podía apreciar estando allí. A mí no me gusta la pólvora, pero disfruté como nunca. Creo que no seré consciente de todo lo que me está pasando y lo que estoy viviendo hasta que todo haya acabado.
Por lo demás, hemos estado yendo a entrenar a la pista de calentamiento que está justo al lado del estadio y que, como ya comenté, es idéntica a la de competición. Es impresionante ver que a las diez de la mañana el estadio está repleto de público y sentir como vibran con las competiciones es una de las cosas que más me impresionan. Desde fuera, que es dónde yo entreno, se oyen a la perfección los vítores de la gente, muchísimo más diría yo, que cuando meten un gol alguno de los grandes equipos de fútbol de nuestro país. Dudo que un Madrid-Barça levante tanta pasión.
En cuanto a la estancia en la villa sigue siendo magnífica. Poco a poco voy descubriendo con mi bastón nuevos rincones, al mismo tiempo que practico un poco el idioma, pues a cada paso me encuentro a alguien que me pregunta si necesito ayuda o si me acompaña a cualquier sitio. Da gusto pasear por aquí.
Hoy desayuné tempranito con mi amigo Alberto. Quedé con él para tomar café pues me había conseguido unos panes rellenos de chocolate que ponen en el comedor. Son como unas tostadas con chocolate incrustado, parecido a un trozo de pan duro con chocolate. Esto con un gran cappuccino, más dos vasos de fruta pelada me ha servido para comenzar el nuevo día.
Hoy el día se ha levantado espectacular, totalmente soleado y se nota que la temperatura es bastante más cálida. Unas series de 400 metros para dar un poco de chispa a las piernas y de vuelta a la villa. Sin duda, uno ya está cansado de tanto entreno de calidad y la verdad es que estoy que llegue ya la competición y descansar. Creo que el entrenamiento ya está hecho y más fino no se puede estar. Ahora hay que tener mucho cuidado, pues ya te duele todo, vas al límite, los entrenamientos son de mucha calidad, lo que prima es el ritmo muy alto en las series y es ahí dónde te puedes lesionar.
Hoy le toca a mi guía pasarlo mal y es que esto es que es así, va por barrios. Un día le toca a uno y otro día al otro. Lo importante es que el día de de la carrera estemos los dos a tope y disfrutemos de la competición.
Con este gran sol, no me quedaba más remedio que quedarme a comer en el chiringuito que hay justo enfrente del portal de mi edificio: dos bocadillos con bastante relleno, una coca-cola y un buen café expreso han hecho las delicias de mi paladar. Pero más bien ha sido el lugar dónde he comido, en uno de esos bancos con mesa que te puedes encontrar por la casa de campo o en cualquier otro parque. El sol me daba en la cara, pero resultaba agradable estar con la chaqueta puesta porque corría una brisa un tanto fresca, muy parecida a la brisa del otoño, lo justo para sentir ese frescor en la cara y que el sol no te aplatane. Una comida para recordar. Sensaciones a flor de piel que pienso alimentar cada día y así conservarlas para la eternidad.
Saludando a todos los que nos llamaban desde las gradas, fuimos cogiendo sitio y nos sentamos en primera fila, más o menos por el centro del estadio. De repente la selección Inglesa entró en el estadio cerrando el desfile y el ruido se hizo ensordecedor. Tremenda la afición al atletismo que hay aquí.
En cuanto a la ceremonia, simplemente espectacular. Nunca imaginé que unos Juegos Paralímpicos levantasen esta expectación. La pólvora secuencial al ritmo de la música, creo que solo se podía apreciar estando allí. A mí no me gusta la pólvora, pero disfruté como nunca. Creo que no seré consciente de todo lo que me está pasando y lo que estoy viviendo hasta que todo haya acabado.
Por lo demás, hemos estado yendo a entrenar a la pista de calentamiento que está justo al lado del estadio y que, como ya comenté, es idéntica a la de competición. Es impresionante ver que a las diez de la mañana el estadio está repleto de público y sentir como vibran con las competiciones es una de las cosas que más me impresionan. Desde fuera, que es dónde yo entreno, se oyen a la perfección los vítores de la gente, muchísimo más diría yo, que cuando meten un gol alguno de los grandes equipos de fútbol de nuestro país. Dudo que un Madrid-Barça levante tanta pasión.
En cuanto a la estancia en la villa sigue siendo magnífica. Poco a poco voy descubriendo con mi bastón nuevos rincones, al mismo tiempo que practico un poco el idioma, pues a cada paso me encuentro a alguien que me pregunta si necesito ayuda o si me acompaña a cualquier sitio. Da gusto pasear por aquí.
Hoy desayuné tempranito con mi amigo Alberto. Quedé con él para tomar café pues me había conseguido unos panes rellenos de chocolate que ponen en el comedor. Son como unas tostadas con chocolate incrustado, parecido a un trozo de pan duro con chocolate. Esto con un gran cappuccino, más dos vasos de fruta pelada me ha servido para comenzar el nuevo día.
Hoy el día se ha levantado espectacular, totalmente soleado y se nota que la temperatura es bastante más cálida. Unas series de 400 metros para dar un poco de chispa a las piernas y de vuelta a la villa. Sin duda, uno ya está cansado de tanto entreno de calidad y la verdad es que estoy que llegue ya la competición y descansar. Creo que el entrenamiento ya está hecho y más fino no se puede estar. Ahora hay que tener mucho cuidado, pues ya te duele todo, vas al límite, los entrenamientos son de mucha calidad, lo que prima es el ritmo muy alto en las series y es ahí dónde te puedes lesionar.
Hoy le toca a mi guía pasarlo mal y es que esto es que es así, va por barrios. Un día le toca a uno y otro día al otro. Lo importante es que el día de de la carrera estemos los dos a tope y disfrutemos de la competición.
Con este gran sol, no me quedaba más remedio que quedarme a comer en el chiringuito que hay justo enfrente del portal de mi edificio: dos bocadillos con bastante relleno, una coca-cola y un buen café expreso han hecho las delicias de mi paladar. Pero más bien ha sido el lugar dónde he comido, en uno de esos bancos con mesa que te puedes encontrar por la casa de campo o en cualquier otro parque. El sol me daba en la cara, pero resultaba agradable estar con la chaqueta puesta porque corría una brisa un tanto fresca, muy parecida a la brisa del otoño, lo justo para sentir ese frescor en la cara y que el sol no te aplatane. Una comida para recordar. Sensaciones a flor de piel que pienso alimentar cada día y así conservarlas para la eternidad.
jueves, 30 de agosto de 2012
Días en la Villa Olímpica (III)
Ayer, día 28 de agosto, fue mi cumpleaños y que mejor regalo que poder pasarlo en la Villa Olímpica en el día que se izaba la bandera nacional.
Un día de esos para recordar, vestidos con el traje oficial nos dirigimos, mi amigo Alberto y yo, en busca de los demás compañeros de selección. Todos perfectamente uniformados para honrar nuestra bandera.
El acto, organizado por los ingleses, fue muy emotivo: un mini desfile junto con otros tres países que honraban de igual manera su propia bandera. Pero nosotros teníamos algo, o más bien, alguien que ellos no tenían: Su Majestad la Infanta Doña Elena que nos distinguió con su presencia y estuvo aguantando como el que más el intenso frío y el desagradable viento reinante, aunque ese frio se tornó en calor con el acto que nos brindaron nuestros magníficos anfitriones. Todo preparado y ensayado a la perfección, con interpretaciones teatrales y hermosos cánticos. El momento cumbre del acto fue la izada de bandera, escuchar el himno nacional y darte cuenta del momento que estás viviendo. Es entonces cuando tomas conciencia verdadera de dónde estás y de lo que esto representa. Un ¡Viva España! que se quedará en mi corazón para siempre.
Después del acto nos dirigimos en autobús a la Embajada Española en Londres, dónde nos esperaba el señor embajador, D. Federico Trillo; la Infanta Doña Elena; el Ministro del Educación, Cultura y Deporte, D. José Ignacio Wert; el presidente del CPE, D. Miguel Carballeda y otras personalidades y patrocinadores.
Uno por uno, el señor embajador fue dándonos la mano en la entrada de la embajada e invitándonos a pasar a, según sus palabras, “nuestra casa”. El acto comenzó con un bonito discurso por parte de don Federico, quien puso por las nubes a todos los deportistas paralímpicos, sobre todo fueron palabras de carácter motivacional. Sus ánimos resonaron por mi interior ensalzando mi espíritu y me quedo con esta frase: “cuando no podáis más, recordad a los que no están y os están animando desde vuestras casas o desde donde quiera que estén. Hoy lo probé en un entreno de calidad bastante exigente y he de agradecer este empuje. Cuándo no podía más y aún quedaba mucho entreno por hacer, me acordé de mi gran amigo Cipri, le pedí ánimos y en el momento más agónico apareció su imagen en mi cabeza, siempre amigos de corazón, siempre confiando en mí. “Cipri aquí estoy, ya lo hemos conseguido. Ahora sé que estas aquí dándome esa fuerza que tú tenías y seguro que entre los dos se lo pondremos difícil a mis rivales. Gracias por estar ahí, dónde quiera que estés, que seguro que es en la gloria que tú la ganaste”. ¡Estos juegos van por ti!
Volviendo al acto, y perdonadme por esta licencia, hablaron también la Infanta Doña Elena, don Miguel Carballeda y el Ministro de Educación. Todos resaltaron los valores del deporte paralímpico. Por último, tuvimos la ocasión de tomar un exquisito vino tinto en los magníficos jardines de la Embajada y de departir con alguno de los patrocinadores y personalidades. Tuve la ocasión de charlar con el agregado militar y su encantadora esposa de los valores que el deporte paralímpico aporta a la sociedad. Comenté con don Miguel Carballeda y su agradable esposa lo bien que lo vamos a hacer todos y verdaderamente así lo creo. Charlé con Ángel y con mucha más gente, pero no quiero extenderme más.
¡Hoy es el gran día!, y como me dice mi amigo Juanan: “es el día que cumples tu sueño, la gran inauguración de Juegos Paralímpicos Londres 2012. Así que, a ponerse guapo y para el estadio.
Un día de esos para recordar, vestidos con el traje oficial nos dirigimos, mi amigo Alberto y yo, en busca de los demás compañeros de selección. Todos perfectamente uniformados para honrar nuestra bandera.
El acto, organizado por los ingleses, fue muy emotivo: un mini desfile junto con otros tres países que honraban de igual manera su propia bandera. Pero nosotros teníamos algo, o más bien, alguien que ellos no tenían: Su Majestad la Infanta Doña Elena que nos distinguió con su presencia y estuvo aguantando como el que más el intenso frío y el desagradable viento reinante, aunque ese frio se tornó en calor con el acto que nos brindaron nuestros magníficos anfitriones. Todo preparado y ensayado a la perfección, con interpretaciones teatrales y hermosos cánticos. El momento cumbre del acto fue la izada de bandera, escuchar el himno nacional y darte cuenta del momento que estás viviendo. Es entonces cuando tomas conciencia verdadera de dónde estás y de lo que esto representa. Un ¡Viva España! que se quedará en mi corazón para siempre.
Después del acto nos dirigimos en autobús a la Embajada Española en Londres, dónde nos esperaba el señor embajador, D. Federico Trillo; la Infanta Doña Elena; el Ministro del Educación, Cultura y Deporte, D. José Ignacio Wert; el presidente del CPE, D. Miguel Carballeda y otras personalidades y patrocinadores.
Uno por uno, el señor embajador fue dándonos la mano en la entrada de la embajada e invitándonos a pasar a, según sus palabras, “nuestra casa”. El acto comenzó con un bonito discurso por parte de don Federico, quien puso por las nubes a todos los deportistas paralímpicos, sobre todo fueron palabras de carácter motivacional. Sus ánimos resonaron por mi interior ensalzando mi espíritu y me quedo con esta frase: “cuando no podáis más, recordad a los que no están y os están animando desde vuestras casas o desde donde quiera que estén. Hoy lo probé en un entreno de calidad bastante exigente y he de agradecer este empuje. Cuándo no podía más y aún quedaba mucho entreno por hacer, me acordé de mi gran amigo Cipri, le pedí ánimos y en el momento más agónico apareció su imagen en mi cabeza, siempre amigos de corazón, siempre confiando en mí. “Cipri aquí estoy, ya lo hemos conseguido. Ahora sé que estas aquí dándome esa fuerza que tú tenías y seguro que entre los dos se lo pondremos difícil a mis rivales. Gracias por estar ahí, dónde quiera que estés, que seguro que es en la gloria que tú la ganaste”. ¡Estos juegos van por ti!
Volviendo al acto, y perdonadme por esta licencia, hablaron también la Infanta Doña Elena, don Miguel Carballeda y el Ministro de Educación. Todos resaltaron los valores del deporte paralímpico. Por último, tuvimos la ocasión de tomar un exquisito vino tinto en los magníficos jardines de la Embajada y de departir con alguno de los patrocinadores y personalidades. Tuve la ocasión de charlar con el agregado militar y su encantadora esposa de los valores que el deporte paralímpico aporta a la sociedad. Comenté con don Miguel Carballeda y su agradable esposa lo bien que lo vamos a hacer todos y verdaderamente así lo creo. Charlé con Ángel y con mucha más gente, pero no quiero extenderme más.
¡Hoy es el gran día!, y como me dice mi amigo Juanan: “es el día que cumples tu sueño, la gran inauguración de Juegos Paralímpicos Londres 2012. Así que, a ponerse guapo y para el estadio.
lunes, 27 de agosto de 2012
Días en la Villa Olímpica (II)
Amanece en la villa. Hileras de atletas van y vienen por las calles que se entrecruzan unas con otras, igual que los polígonos industriales forman las grandes extensiones de terreno que albergan sus fábricas.
Aquí en cambio, lo que albergan las calles son edificios perfectamente numerados, donde se da acogida a todas las personas que componen las diferentes familias paralímpicas. Otros edificios están destinados a hospitales para ser utilizados por los servicios médicos de cada país, otros para el ocio, otros para gimnasio y, por supuesto, el principal que es el destinado a reponer las energías de los deportistas. Se trata de un edificio de una sola planta y es tan grande que mi guía se cansa más andando por él que en un rodaje largo. ¡Es increíble! Tenemos a nuestra disposición restaurantes temáticos de todos los continentes: comida mediterránea, asiática, americana, británica, e incluso dentro hay un McDonald´s totalmente gratuito. Además hay máquinas de coca-cola, powerade, zumos y agua por toda la villa y en la primera planta de todos los edificios.
Comer en estos restaurantes es disfrutar de los sabores de cada país, y lo que es aún mejor, con productos de la más alta calidad. Los chefs se esfuerzan por sorprendernos a diario con sus mejores platos y los voluntarios que trabajan aquí, son de los más agradables y eficientes, pendientes de que no te falte de nada y siempre con una sonrisa en la cara, y eso que sólo deportistas somos más de 4000 y con el personal de apoyo, calculo que seremos más de 7000 personas. Pues, aunque parezca increíble, todo está engranado a la perfección y no hay aglomeraciones.
Aquí se recicla todo, incluso los líquidos. Por el hecho de tener tan gran variedad de platos a nuestra disposición, debemos tener cuidado de no dejarnos llevar por la tentación, pues es muy posible coger kilos sin enterarte.
Los aromas se mezclan a medida que vas entrando en el comedor, pero se trata de un aroma muy agradable, no huele a los típicos fritos de los recintos cerrados, tampoco es el olor de cuando llegas a casa y por el pasillo se concentra todo el olor de la cocina. Aquí no pasa eso, es fácil saber que estás por el continente asiático al pasar por su lado y sentir como las finas especias van envolviendo el ambiente de forma sutil, o que te encuentras en el mediterráneo, con su exquisita pasta italiana o la sorprendente comida británica, por ciento, muy buena y que me está haciendo romper los falsos mitos y prejuicios que tenía hacia ella. En fin, maravilloso lugar para los sentidos, lástima que estemos a lo que estamos y no podamos dar rienda suelta a nuestra gula. Aunque también he de decir, que alguno no se da cuenta y come por todos.
Por si os parece poco, nada más salir de mi portal tengo dos chiringuitos dónde preparan unos magníficos capuchinos o unos buenos expresos a la vieja usanza, es decir, con la máquina de café de los bares. Además puedes encontrar sándwiches, cookies, mufins y vasos de fruta troceada y pelada lista para comer.
Por cierto, los restaurantes están abiertos las 24 horas.
Saliendo del portal de mi bloque y girando a la derecha, encontramos el edificio del servicio médico español. Se trata de pequeñas consultas que se distribuyen por todo el espacio y que cuentan con máquinas de última generación para el diagnóstico y tratamiento de lesiones. Allí están los médicos y fisioterapeutas trabajando casi las 24 horas del día diría yo, pues no paran. Ellos son los encargados de que estemos al cien por cien y siempre están pendientes de nosotros, no solo en el hospital, también en los entrenamientos, a los que no faltan. A las siete de la mañana ya están tomando café y reuniéndose para cuadrar sus agendas. Además hay alguno se que se levanta a las 5 para ir a correr. No sé quien tiene aquí más energía, si los del servicio médico o nosotros.
Después de tomar nuestros buenos desayunos, es cuando toca ir a la tarea: preparar las mochilas y dirigirnos a las pistas de entrenamiento.
Para salir o entrar a la villa, hay que pasar varios controles de seguridad con sus escáneres y cacheos habituales. Los conductores de los autobuses de dos plantas nos esperan con puntualidad británica y con la misma puntualidad salen, es decir, da igual que el autobús esté completo, no sale hasta su hora por más que le digas al conductor que ya estamos todos. Tenemos la pista de entrenamiento a una media hora de carretera. También la pista tiene sus controles de seguridad y necesitas acreditación para entrar. Es una pista de esas típicas que te hundes demasiado y parece que rebotas. No me gusta nada, la verdad, y es que es muy fácil cargarte de piernas e incluso lesionarte. Cuesta correr y te cargas en exceso. La parte positiva es que tienes zumos y bebidas e incluso frutas y galletas energéticas para cuando acabas el entrenamiento.
La otra pista de calentamiento es la del impresionante Estadio Olímpico. Eso ya es otra cosa. El estadio es..., o sea... Bueno: grandioso, increíble y eso visto desde fuera. Según entramos en la pista de calentamiento las sensaciones son otras. Esto sí que es tartán del bueno. El anillo está rodeado de las carpas dónde nos preparamos los atletas y los fisios y médicos tienen, por así decirlo, a modo de boxes de Fórmula 1, sus herramientas de trabajo. Las carpas cuentan con televisores planos para que se puedan seguir las competiciones en directo y de esta manera los sanitarios puedan seguir al atleta desde que sale, cruza por el gusano que le lleva al estadio y compite.
En cuanto al clima, unas veces sale el sol, otras llueve y otras hace demasiado viento. Podríamos decir que es Londres en estado puro. Hoy es día de probar esa pista y saber si los clavos son adecuados para ese tartán. Según estamos calentando, la cosa se va enfriando, es decir, las nubecillas que se veían en el horizonte, ahora las tenemos encima y a falta de 200 metros para que acabemos el calentamiento me cae la primera gota y en menos de 50 metros ya nos está cayendo el diluvio universal. Nos refugiamos en la carpa y el sonido del agua al chocar con la lona y el tartán es como de lluvia torrencial. Mientras, nos ponemos los clavos porque hoy tocan series de 200 metros para ir cogiendo chispa y además son ideales para saber si la pista es tan rápida como dicen. Como no para de llover, aprovechamos que la lluvia torrencial pasa a ser simplemente lluvia y hacemos unas progresiones. Al instante me doy cuenta de la calidad de la pista, es muy rápida y las sensaciones son muy buenas. Los clavos se agarran con rabia y parecen querer confundirte y hacerte creer que eres de otra disciplina y en vez de medio fondista te crees Usain Bold. No pasa nada, un par de doscientos metros, la lluvia torrencial y la poca recuperación entre series te recuerdan que tú estás hecho para los kilómetros.
Por supuesto que nos empapamos y que la pista encharcada hace que las piernas pesen más de lo normal, pero aún así, las sensaciones son buenísimas. Cada vez elaboran nuevos materiales para construir las pistas y en esta ocasión creo que han conseguido un resultado estupendo.
Volvemos a la carpa empapados, pero contentos de haber disfrutado de un entreno que quedará para el recuerdo.
Aquí en cambio, lo que albergan las calles son edificios perfectamente numerados, donde se da acogida a todas las personas que componen las diferentes familias paralímpicas. Otros edificios están destinados a hospitales para ser utilizados por los servicios médicos de cada país, otros para el ocio, otros para gimnasio y, por supuesto, el principal que es el destinado a reponer las energías de los deportistas. Se trata de un edificio de una sola planta y es tan grande que mi guía se cansa más andando por él que en un rodaje largo. ¡Es increíble! Tenemos a nuestra disposición restaurantes temáticos de todos los continentes: comida mediterránea, asiática, americana, británica, e incluso dentro hay un McDonald´s totalmente gratuito. Además hay máquinas de coca-cola, powerade, zumos y agua por toda la villa y en la primera planta de todos los edificios.
Comer en estos restaurantes es disfrutar de los sabores de cada país, y lo que es aún mejor, con productos de la más alta calidad. Los chefs se esfuerzan por sorprendernos a diario con sus mejores platos y los voluntarios que trabajan aquí, son de los más agradables y eficientes, pendientes de que no te falte de nada y siempre con una sonrisa en la cara, y eso que sólo deportistas somos más de 4000 y con el personal de apoyo, calculo que seremos más de 7000 personas. Pues, aunque parezca increíble, todo está engranado a la perfección y no hay aglomeraciones.
Aquí se recicla todo, incluso los líquidos. Por el hecho de tener tan gran variedad de platos a nuestra disposición, debemos tener cuidado de no dejarnos llevar por la tentación, pues es muy posible coger kilos sin enterarte.
Los aromas se mezclan a medida que vas entrando en el comedor, pero se trata de un aroma muy agradable, no huele a los típicos fritos de los recintos cerrados, tampoco es el olor de cuando llegas a casa y por el pasillo se concentra todo el olor de la cocina. Aquí no pasa eso, es fácil saber que estás por el continente asiático al pasar por su lado y sentir como las finas especias van envolviendo el ambiente de forma sutil, o que te encuentras en el mediterráneo, con su exquisita pasta italiana o la sorprendente comida británica, por ciento, muy buena y que me está haciendo romper los falsos mitos y prejuicios que tenía hacia ella. En fin, maravilloso lugar para los sentidos, lástima que estemos a lo que estamos y no podamos dar rienda suelta a nuestra gula. Aunque también he de decir, que alguno no se da cuenta y come por todos.
Por si os parece poco, nada más salir de mi portal tengo dos chiringuitos dónde preparan unos magníficos capuchinos o unos buenos expresos a la vieja usanza, es decir, con la máquina de café de los bares. Además puedes encontrar sándwiches, cookies, mufins y vasos de fruta troceada y pelada lista para comer.
Por cierto, los restaurantes están abiertos las 24 horas.
Saliendo del portal de mi bloque y girando a la derecha, encontramos el edificio del servicio médico español. Se trata de pequeñas consultas que se distribuyen por todo el espacio y que cuentan con máquinas de última generación para el diagnóstico y tratamiento de lesiones. Allí están los médicos y fisioterapeutas trabajando casi las 24 horas del día diría yo, pues no paran. Ellos son los encargados de que estemos al cien por cien y siempre están pendientes de nosotros, no solo en el hospital, también en los entrenamientos, a los que no faltan. A las siete de la mañana ya están tomando café y reuniéndose para cuadrar sus agendas. Además hay alguno se que se levanta a las 5 para ir a correr. No sé quien tiene aquí más energía, si los del servicio médico o nosotros.
Después de tomar nuestros buenos desayunos, es cuando toca ir a la tarea: preparar las mochilas y dirigirnos a las pistas de entrenamiento.
Para salir o entrar a la villa, hay que pasar varios controles de seguridad con sus escáneres y cacheos habituales. Los conductores de los autobuses de dos plantas nos esperan con puntualidad británica y con la misma puntualidad salen, es decir, da igual que el autobús esté completo, no sale hasta su hora por más que le digas al conductor que ya estamos todos. Tenemos la pista de entrenamiento a una media hora de carretera. También la pista tiene sus controles de seguridad y necesitas acreditación para entrar. Es una pista de esas típicas que te hundes demasiado y parece que rebotas. No me gusta nada, la verdad, y es que es muy fácil cargarte de piernas e incluso lesionarte. Cuesta correr y te cargas en exceso. La parte positiva es que tienes zumos y bebidas e incluso frutas y galletas energéticas para cuando acabas el entrenamiento.
La otra pista de calentamiento es la del impresionante Estadio Olímpico. Eso ya es otra cosa. El estadio es..., o sea... Bueno: grandioso, increíble y eso visto desde fuera. Según entramos en la pista de calentamiento las sensaciones son otras. Esto sí que es tartán del bueno. El anillo está rodeado de las carpas dónde nos preparamos los atletas y los fisios y médicos tienen, por así decirlo, a modo de boxes de Fórmula 1, sus herramientas de trabajo. Las carpas cuentan con televisores planos para que se puedan seguir las competiciones en directo y de esta manera los sanitarios puedan seguir al atleta desde que sale, cruza por el gusano que le lleva al estadio y compite.
En cuanto al clima, unas veces sale el sol, otras llueve y otras hace demasiado viento. Podríamos decir que es Londres en estado puro. Hoy es día de probar esa pista y saber si los clavos son adecuados para ese tartán. Según estamos calentando, la cosa se va enfriando, es decir, las nubecillas que se veían en el horizonte, ahora las tenemos encima y a falta de 200 metros para que acabemos el calentamiento me cae la primera gota y en menos de 50 metros ya nos está cayendo el diluvio universal. Nos refugiamos en la carpa y el sonido del agua al chocar con la lona y el tartán es como de lluvia torrencial. Mientras, nos ponemos los clavos porque hoy tocan series de 200 metros para ir cogiendo chispa y además son ideales para saber si la pista es tan rápida como dicen. Como no para de llover, aprovechamos que la lluvia torrencial pasa a ser simplemente lluvia y hacemos unas progresiones. Al instante me doy cuenta de la calidad de la pista, es muy rápida y las sensaciones son muy buenas. Los clavos se agarran con rabia y parecen querer confundirte y hacerte creer que eres de otra disciplina y en vez de medio fondista te crees Usain Bold. No pasa nada, un par de doscientos metros, la lluvia torrencial y la poca recuperación entre series te recuerdan que tú estás hecho para los kilómetros.
Por supuesto que nos empapamos y que la pista encharcada hace que las piernas pesen más de lo normal, pero aún así, las sensaciones son buenísimas. Cada vez elaboran nuevos materiales para construir las pistas y en esta ocasión creo que han conseguido un resultado estupendo.
Volvemos a la carpa empapados, pero contentos de haber disfrutado de un entreno que quedará para el recuerdo.
domingo, 26 de agosto de 2012
Días en la Villa Olímpica (I)
Mi compañero Oriol está durmiendo la siesta. Esta vez la habitación parece distinta a la de otras ocasiones. La ventana está medio abierta y se escucha el murmullo incesante de la gente al pasar. El murmullo es algo distinto también, la sonoridad es confusa y no se aprecia bien en que lengua hablan o más bien, parecen hablar varias a la vez. De repente, suena un reactor como el de los aviones y es que debe haber un aeropuerto bastante cerca, pues no es la primera ni creo que esta sea la última vez que lo escuche.
Por las noches, en la madrugada, los primeros días noté un fuerte chirrido de lo que a buen seguro era uno de esos trenes que se acercan hasta este lugar. De vez en cuando, y sobre todo a primera hora de la mañana, siento como golpean unos pares de zapatillas en el asfalto, llevan un ritmo que me es familiar, ritmo acompasado, de zancada amplia y de pisar firme, yo diría que entra de metatarso y posiblemente vaya por debajo de 3:20 el km. Es el ritmo de maratón, nada suena tan acompasado como ese pisar. Son los maratonianos en su rodaje, posiblemente en ayunas, preparando lo que pueden ser sus últimos rodajes largos. Siempre a la misma hora, aunque no todos los días.
Desde la ventana de mi cuarto puedo apreciar muchas cosas mientras espero al amanecer y un nuevo día en la Villa Olímpica. Si amigos, estoy en la Villa Olímpica, en Londres. Ahora puedo decir bien alto que lo he conseguido, que ya estoy aquí.
Cuatro años de duro trabajo. Cuatro años de sacrificios no sólo por mi parte, también por la de mi familia y amigos, pero cuatro años también de felicidad, de esfuerzo y de superación personal. Cuatro años de buscar dónde está el límite. Y aquí está la recompensa. Atrás quedan esos días en los que te levantas y te cuesta ver la luz, en los que la desidia o el agobio por hacer una marca no te dejan conciliar el sueño, días en los que lo ves todo negro, pero que sabes que siempre hay alguien a tu lado que te ayudará a superar el trance y te hará salir con más fuerza de ese agujero que no es otro que tú cabeza.
Todo eso ya pasó. Ahora estoy aquí y os voy a contar como es esto, mejor dicho, intentaré hacerlo porque no es nada fácil de explicar. Jamás vi nada igual. Ningún campeonato internacional se le parece ni de lejos. Ni siquiera un mundial. Esto es lo más grande que puede vivir un atleta.
Por las noches, en la madrugada, los primeros días noté un fuerte chirrido de lo que a buen seguro era uno de esos trenes que se acercan hasta este lugar. De vez en cuando, y sobre todo a primera hora de la mañana, siento como golpean unos pares de zapatillas en el asfalto, llevan un ritmo que me es familiar, ritmo acompasado, de zancada amplia y de pisar firme, yo diría que entra de metatarso y posiblemente vaya por debajo de 3:20 el km. Es el ritmo de maratón, nada suena tan acompasado como ese pisar. Son los maratonianos en su rodaje, posiblemente en ayunas, preparando lo que pueden ser sus últimos rodajes largos. Siempre a la misma hora, aunque no todos los días.
Desde la ventana de mi cuarto puedo apreciar muchas cosas mientras espero al amanecer y un nuevo día en la Villa Olímpica. Si amigos, estoy en la Villa Olímpica, en Londres. Ahora puedo decir bien alto que lo he conseguido, que ya estoy aquí.
Cuatro años de duro trabajo. Cuatro años de sacrificios no sólo por mi parte, también por la de mi familia y amigos, pero cuatro años también de felicidad, de esfuerzo y de superación personal. Cuatro años de buscar dónde está el límite. Y aquí está la recompensa. Atrás quedan esos días en los que te levantas y te cuesta ver la luz, en los que la desidia o el agobio por hacer una marca no te dejan conciliar el sueño, días en los que lo ves todo negro, pero que sabes que siempre hay alguien a tu lado que te ayudará a superar el trance y te hará salir con más fuerza de ese agujero que no es otro que tú cabeza.
Todo eso ya pasó. Ahora estoy aquí y os voy a contar como es esto, mejor dicho, intentaré hacerlo porque no es nada fácil de explicar. Jamás vi nada igual. Ningún campeonato internacional se le parece ni de lejos. Ni siquiera un mundial. Esto es lo más grande que puede vivir un atleta.
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